Pastoral Americana y las dificultades de adaptarla al cine



En diferentes ocasiones me he encontrado con la posibilidad de leer el libro que se adapta al discurso cinematográfico antes de ver la película: en esta ocasión no fue así. Tenía una deuda con Philip Roth en aquel momento, no había leído ni un solo libro de este autor y no sabía por dónde empezar. Un amigo del trabajo me habló sobre la película, no mencionó a Roth, pero sí  que Ewan McGregor debutaba como director y que todavía le faltaba para ser uno bueno. Sentí curiosidad. Para los que lo vieron debutar en Trainspotting, la carrera de este actor ha sido una sólida, en la que su actuación ha sido de las que más ha evolucionado a lo largo del tiempo – aunque he de reconocer que ciertos papeles no me han gustado mucho, eso no resta mérito al actor escocés. Lo admiré como yonqui reflexivo – aunque para mi gusto, el Renton del libro está más fragmentado, pero de eso hablaré en otro momento –, observé su evolución a la seriedad en Star Wars y Big Fish, esta última en la que sigue haciendo de muchacho con terno a pesar de ya sospechosas patas de gallo; me di un encontrón con el héroe menor de edad en La Isla, a merced del nuevo diseño de clones que funcionaban básicamente proveedores de repuestos; me reí cuando apareció junto a Jim Carrey en I love you Phillip Morris – aunque me gustó más la actuación de Jim Carrey – y la empatía no se hizo esperar en Beginners, en la que hace el papel de un hombre que conoce el amor – la bella Mélanie Laurent – en medio de la pérdida de su viejo, aquellas coincidencias que el cine presenta para hacer una historia entrañable y te hace desear que la vida imite a la historia cinematográfica aunque sea un poco. Lo observé en muchas películas – no en todas, no he llegado a eso aún – y pude constatar su evolución, la de un actor que me hace creerle cuando es tal o cual personaje. Por eso, cuando mi amigo me dijo que en esta película cuyo nombre me intrigó a él le faltaba como director sentí que era mi deber contradecirlo: con aquella confianza que tienes en las personas que te han dado un buen espectáculo, sentía más que pensaba que debía ver la película y sacar una conclusión diferente. Así, sin saber de qué trataba – lo que hago más seguido con las películas en estos últimos meses –, me preparé para verla, dispuesto a contradecir afirmaciones malintencionadas.


Trailer no muy bueno, con las típicas canciones, pero ni modo, no encontré escenas que me gustaran. 

Primero fue un presentimiento, después la idea punzante que insistía en alejar de mi mente. Mi problema comienza cuando un actor representa un papel con el que tiene al menos una diferencia de diez años y se nota. Paul Rudd puede hacerlo aún por algún extraño fenómeno que me hace sospechar vampirismo, sin embargo no es un fenómeno tan común, o lo es, pero no lo creo convincente. Me encuentro entonces con que McGregor actúa también en la película y es el personaje principal, el grandioso Seymour “Sueco” Levov, judío con aspecto escandinavo campeón de los deportes.  No sé ustedes, pero a mí eso siempre me ha desagradado. Pienso que pocos son los actores que han podido actuar y dirigir a la vez, más todavía en el personaje principal. Dejé eso de lado y observé la actuación. Admiré a Hannah Nordberg y su interpretación de la pequeña Merry, tanto en su tartamudeo – constante tema de aflicción –, su intento de seducción al padre y sus respuestas precoces e inteligentes sobre la vida, como también sentí pena por ella ante su llanto por la, de nuevo precoz, semilla de lucidez que se había plantado en su cabeza gracias al sacrificio de un hombre sometido al fuego. La elipsis que sigue me pareció brutal, pero nada que no hubiera visto antes en cine: ahora Merry era Dakota Fanning, seguían viviendo en la granja y parecían una familia amorosa ante el almuerzo clásico estadounidense de las hamburguesas. El cambio que provoca Lyndon B. Johnson me pareció exagerado, pues la armonía bien llevada se rompe en segundos; casi siempre para llegar al punto de agresividad familiar los antecedentes son desarrollados. Comencé a preguntarme qué motivos tenía la muchacha y la película me presentaba siempre la guerra de Vietnam como motor de la rebeldía de Merry, como también anulaba a la madre, Dawn, interpretada por Jennifer Connelly. Al final, después de algunas discusiones en las que es obvio que Merry se lleva mejor con su padre, desaparece al mismo tiempo que una bomba explota el pequeño kiosko del pueblo en el que viven. Merry es la principal sospechosa y su padre reflexiona sobre el consejo que le dio a su hija sobre traer la guerra al pueblo. La culpa se convertirá en el eje de la película.

Hasta allí yo seguía pensando que bueno, la época era una particularmente dura, en Vietnam la gente moría por la costumbre gringa de imponer sus ideas, pero todavía no podía palpar qué me quería decir la cinta. Altos y bajos después, la madre se desquicia, termina por un tiempo en un sanatorio y culpa al marido por su desgracia, por fijarse en ella y hacerle una hija. Comprensible, fue un duro golpe. Aparece una muchacha delgada y con toda la pinta de niña estudiosa que, en un cambio de expresión acertado, se convierte en una suerte de antagonista: Rita Cohen, interpretada por Valorie Curry. Ella sabe dónde está Merry y chantajea al Sueco para que le entregue dinero a cambio de llevarlo a donde está su hija. Lo cita en un hotel, intenta seducirlo, pero el Sueco es un modelo de ciudadano y solo quiere saber de su hija, perseguida por el FBI: la rechaza, saliendo de la habitación y dejando, para su desgracia, el maletín lleno de dinero que constituía su seguro, el que obviamente es robado por Rita. Después del fiasco las cosas se normalizan: su mujer quiere un cambio, rejuvenecer, olvidarse de la vida anterior. Decide someterse a una cirugía estética y aparece con el rostro estirado, más delgada, en una presentación artística o algo parecido. Los padres del Sueco, personajes poco desarrollados en la trama, están satisfechos por el cambio, mientras Dawn conversa con el anfitrión de la muestra. Pero sabemos que El Sueco no está feliz.

Yo ya estaba en aquel punto sumergido en la trama, inmerso, queriendo saber qué iba a suceder. Los vacíos los llenaba en mi cabeza, como sucede de ordinario en el cine. Me decía que, aunque no me parecía un peliculón, no estaba mal, que mi amigo había sido mezquino, etc., repitiéndome las justificaciones necesarias para disfrutar lo que quedaba de película. Cuando El Sueco encuentra a Rita Cohen y la atrapa, obligándola a llevarlo donde Merry, no imaginaba qué iba a ver. Hasta ahora pienso que esas escenas son las más logradas, donde la desesperación del padre me conmovió y, según mi opinión, mejor actuó McGregor. Su hija ahora es jainita, partidaria de un credo que rechaza dañar la vida, incluso la que vive en el aire. Está destrozada, sucia, sin algunos dientes en una boca cubierta con un velo – para no contaminar el aire – y no tartamudea. Su voz carece de beligerancia, es más bien relajada, sedante, lo que contrasta con el tono quebrado del padre, que tiene que escuchar lo que le ha sucedido a su hija, las violaciones a las que fue sometida y los asesinatos que llevó a cabo por su lucha contra otros asesinatos. El padre se enoja, le quita el velo, la grita, pero es inútil: ella representa todo lo que él no es y, sea por penitencia ante las muertes que ha ocasionado o por una epifanía que perseguía desde pequeña, le dice que no va a volver. Que si la ama la dejará en paz. El Sueco regresa a su vida anterior solo para descubrir que su esposa le es infiel con el expositor de arte, un hombre que aparece solo unos minutos en la pantalla y lo hace con el propósito de mostrarle al Sueco que su vida anterior está destruida. El Sueco decide volver donde su hija, llevándole recuerdos de su niñez que solo provocan en la voz sedante un nuevo ruego de separación. Y el narrador de la película, que comenzó siendo el hermano menor del Sueco y al final es un amigo de él, personaje aparecido al principio en una fiesta de ex alumnos ya ancianos, finaliza con la frase que en otros ejemplos ha sido la bendición del nuevo comienzo, algo tipo “vivió así por el resto de sus días”, que en el caso del protagonista es el paso del tiempo, tanto meteorológico como corporal, de un Sueco que envejece frente a la puerta de su hija, a la que no vuelve a ver.

El Sueco muere, su velorio es celebrado y todos, incluyendo al narrador, se encuentran allí. Al final, un final típico de Hollywood, la silueta de la hija pródiga aparece en el entierro, sin mirar a nadie, excepto al ataúd de su padre. Así termina.

¿Disfruté la película? Mentiría si dijera que no.

Cuando llegué a Argentina, tiempo después, revisando la biblioteca de otro amigo me encontré con Pastoral Americana. No la había leído en Perú, pero a esas alturas sabía que la película era una adaptación y que la crítica le había dado con palo a la misma, incluyendo a Ewan McGregor. Pensaba que mi amigo anterior había leído las críticas y, como suele suceder, se había apropiado de las ideas leídas y las repetía con la candidez de quien piensa que los críticos lo son por algo y que mejor si pienso como ellos. Pedí el libro prestado y comencé a leerlo de inmediato. Entonces me di cuenta de qué hablaban muchos críticos.




El caso es que toda la película se basa en el libro que Nathan Zuckerman, el escritor y álter ego de Roth, escribe después del encuentro con un Sueco ya envejecido y con el hermano menor de este, Jerry Levov, que era su compañero en la secundaria. La fiesta de ex alumnos es un hecho, como también que tanto Nathan como Jerry son ya viejos, pero en esta celebración se perfilan no solo las impresiones de Nathan, sus recuerdos y conversaciones, sino que la sombra del Sueco ya es una sombra, un recuerdo, pues está muerto de cáncer al momento. Nathan sostuvo una conversación meses antes con el Sueco en un restaurante, en donde este le habló de su nueva familia, sus dos hijos, su esposa, y la cena tuvo su origen en una carta en la que el Sueco le pide a Nathan consejo sobre el panegírico que quería dirigir a su padre. En la cena no se llegó a discutir la petición, pues el Sueco no la mencionó y Nathan, intimidado por el pasado ilustre de su héroe deportivo de infancia, le siguió el juego, un poco decepcionado además por comprobar, a su modo, que el héroe y su mítica residían solo en el juego y que, fuera del campo, era un hombre más, simple, bienintencionado, sin dimensiones complejas. Es esta decepción la que, sumada a las revelaciones de Jerry sobre la hija mayor del Sueco, Merry, la terrorista de Rimrock que voló una oficina de correos a finales de los 60, la que llevará a Nathan a preguntarse, una y otra vez, por las intenciones del Sueco para escribirle a él, con quien solo había tenido un encuentro casual años antes, y culparse por su ceguera provocado por la admiración desilusionada. Y también la que lo motivará a escribir, una vez llegado a su casa, aquel libro en el que reescribe la historia del Sueco tal y como él la imagina, desde su casamiento hasta la comprobación de que aquella Pastoral Americana, aquel sueño que defendía el Sueco, ha caído convulsionado no solo por la historia que arrasa todo a su paso, sino también por los intentos del Sueco de proteger, a toda costa, a su familia.

Esto ya nos aleja de la película: en esta, todo es presentado como la verdadera historia del Sueco, revelada por Jerry a Nathan y contada al espectador por este. Su historia es una desgracia que puede sucederle a cualquiera y el espectador puede preguntarse y repartir culpas como desee. En el libro, por el contrario, Jerry tiene sus opiniones y las comparte, no oculta el odio a Merry, su desprecio ante una criatura desalmada que hizo llorar hasta el último momento a su padre e insinúa que está muerta, aunque no está seguro, ya que fue su hermano quien se lo comentó entre lágrimas. El hecho en la novela es lo que hizo Merry, pero sus motivaciones solo pueden ser especuladas y Nathan hace de esto su novela: su indagación no solo de las motivaciones, sino de la caída de la familia del Sueco. Al principio se siente tentado a mandarle el manuscrito a Jerry, pero se detiene porque sabe que existe el riesgo a ser desmentido. Escogemos las verdades en las que queremos creer, parece decir Nathan, aunque él mismo confiesa que ser un escritor es equivocarte todo el tiempo, pero mantener la fe de acertar aunque sea una sola vez. En el relato, Merry sigue siendo una niña precoz, inteligente, lúcida, atormentada por su tartamudeo. La figura del viejo Levov, el padre del Sueco, es más fuerte, imponente, que contrasta con la del Sueco, un hombre complaciente, cuya ambición siempre ha sido vivir en felicidad, cuyo deber siempre fue no decepcionar las expectativas de nadie. Esto ya se infiere de la conversación que tiene Jerry con Nathan, pero este último desarrolla muy bien este punto: el personaje principal es el Sueco, porque su vida, la vida de un hombre “bueno”, orgulloso de los valores tradicionales, se enfrenta al desorden de la vida, el acontecer de los hechos que no pueden detener los valores tradicionales que se ven imposibilitados de explicar qué está sucediendo. Eso es lo que Merry, descrita por Nathan, le echa en cara a su padre en medio de su adolescencia atormentada: el nunca tomar un partido, siempre velando por la tranquilidad de los demás, por la felicidad irreflexiva del que desea vivir en una burbuja y se esfuerza en complacer a todo el mundo.

Jerry, en el relato, dice algo muy interesante: a partir de la bomba, al Sueco le encargaron la penosa tarea de reflexionar sobre sí mismo. Siendo un hombre práctico, bendecido con los dotes físicos más valiosos para su sociedad, dotado de encanto, estatura – uno noventa, lo que me hizo pensar en por qué presentía a McGregor como una inadecuada adaptación – apariencia y disposición, nunca tuvo la necesidad de reflexionar. La reflexión es necesaria cuando, de un modo u otro, no estás contento con el lugar en el que te encuentras. El Sueco amaba su vida, como también Estados Unidos y lo que para él representaba: libertad, oportunidades para el que trabaja, ascenso social. El Sueco no resiente a su vecino y su pasado noble – el vecino pintor que terminará teniendo un romance con Dawn y que casi no es representado en la película –, como tampoco comprende rencores. Será su hija, será Rita Cohen, será su lucha contra los opresores lo que despertará su ira ante lo que considera insensatez. El Sueco es el heredero de la idea de su padre sobre el valor del trabajo ante todo, el orgullo de aquellos a quienes nada les ha sido regalado y que piensan, con fe absoluta, que cualquiera puede, con voluntad, progresar y hacer dinero en el mundo. Pero El Sueco, a diferencia de su padre, es obligado por su hija a darle un vistazo al otro lado.

El libro tiene capítulos muy interesantes, reparte detalles que te llevan a entender mejor la historia, insinúa razones, reflexiona motivos, pero también deja en claro que todo parte de la cabeza de Zuckerman. Sabemos que Merry se volvió jainita, que fue violada, que pasó de engordar y ser una furiosa militante a la que se le apodaba Ho Chi Levov a una muchacha alta y delgadísima que vive en penitencia. Leemos que Dawn siempre odió la casa que El Sueco amaba, la casa donde vivieron una vez felices, y también que le es infiel al Sueco, como también este tiene un amorío con la terapista de lenguaje de su hija, desesperado por la desaparición de esta, angustiado y buscando agarrarse de una rama para no caer. El mérito del libro, sin embargo, es representar el cambio, el desbarajuste de una sociedad alguna vez orgullosa de su estabilidad. La caída de Levov, un representante paradigmático de aquel orden, aquel ascenso, es también la caída del orden conservador. La frase final, “qué hay de malo en la vida de los Levov”, es más que una pregunta una invitación a la reflexión.

Cuando terminé el libro pensé que como adaptación había fallado la película, pero como película seguía siendo buena, no excelente.

Tal vez se debería dejar de insistir en adaptaciones, aunque debo agregar, para finalizar, que en ciertas ocasiones la adaptación vuelve conocido un libro que es muy bueno, pero por diferentes razones pasó desapercibido. No es el caso de Roth, sin embargo seguiré a la caza de oportunidades así.



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