"Office" y el paraíso laboral
Hasta el año pasado
trabajé en una universidad particular en la que todos, de un modo u otro, se
plegaron al sistema y se asustaban cada vez que los jefes abrían la boca y
botaban cifras. Yo, como ya escribí en este blog anteriormente, partí por unos
meses a Buenos Aires y no tuve que enfrentar los estragos de un trabajo que
cada día se volvía más cruel e impersonal, independientemente de que nuestra
área fuera Humanidades. Es así que cuando volví y encontré a los pocos amigos
que hice en este trabajo y, de alguna manera que todavía me sorprende, terminé
con una nueva novia del mismo trabajo – en este instante estoy escribiendo
desde su sofá –, me enteré de las nuevas: despedían gente sin mucho trámite, la
antigua supervisora – la que se fajaba por nosotros en su momento – había
renunciado a su cargo y las labores se habían intensificado sin que eso se
viera reflejado en el sueldo. El ambiente era de miedo y esto, en personas que estaban
acostumbradas a enseñar – pues, como dije, la mayoría era de Humanidades:
Literatura, Filosofía, Lingüística; algunos de Educación y Sociales – y a
considerarse estudiosos, contribuía a crear una atmósfera cada vez más
insoportable.
Ahora, ¿es culpa de la
universidad? ¿Del país? ¿Del régimen económico?
Si algo pienso todavía
hoy es que la educación no debería tener como fin el lucro, incluso si la
carrera que eliges tiene como fin el mismo. Claro, no todos estarán de acuerdo
conmigo, pero ciertamente si pensamos en la educación como una inversión y no
como un derecho comenzamos a deshumanizarnos. Sé, por todo lo que escucho, que
los cubículos desde los que trabajan mis ex compañeros de trabajo se han
convertido en trincheras frágiles desde las que ellos aguantan las arremetidas
de los supervisores, que armados de datos estadísticos miden con términos fríos
como índice de ocupabilidad su trabajo, sin prestar atención a la calidad. Los
profesionales se convierten en números, cifras, y estas no tienen sensibilidad
ni tienen por qué tenerla. Es triste, pero también pienso que puede ayudarnos a
comprender mejor cómo funciona nuestra sociedad, nuestro mundo por extensión:
la indignación – si todavía podemos indignarnos – puede ser la guía para
intentar un cambio.
Esto me lleva a la película de hoy. Me disculpo de antemano por
no cubrir libros desde hace algún tiempo. Pensaba tratar sobre “Reflejo en tu
ojo dorado”, de Carson McCullers, pero no contaba con lo que vería gracias a
Netflix. Es cierto, soy un poco crítico con la plataforma y prefiero, a nivel
personal, ver las películas que descargo desde Torrent. Pero estaba en el sofá
con mi chica y estábamos cómodos después del chifa, con el estómago satisfecho
que es placer tener un domingo por la tarde. Queríamos ver una película. Como
ambos somos un poco amantes del cine independiente y todo eso – como buenos
literatos pretenciosos –, queríamos variar y ver una pela de terror. Comenzamos
a tasar las ofertas y nos encontramos con una pela surcoreana que se llama “Office”.
Esta película del 2015 nos sorprendió por la sencilla razón de que la trama va
más allá de lo que creíamos sacar de una pela de Netflix en esta ocasión. Creíamos
que nos encontraríamos con una pela tipo “Conjuro”, y yo recordaba esta
película tailandesa llamada “Shutter”. Si bien mis encuentros con el cine de
terror no son muchos, creo que disfruto el suspenso bien llevado. He visto
películas coreanas que me han parecido muy buenas, y el cine asiático tiene sus
joyas, pero, como dije antes, no esperaba gran pela hoy. “Office”, sin embargo,
comienza fuerte: un hombre con cara de lorna llega del trabajo a su casa, cena con
su familia – mamá, esposa e hijo. Aparentemente el hijo tiene algún tipo de
problema físico, pues no se mueve con soltura – y, sin venir a cuento, saca un
martillo y con furia silenciosa destruye a su familia a martillazos. Bien, el
comienzo era prometedor en su sordidez. Entonces, ¿cuál era el motivo?
Trailer
Dirigida por Hong
Won-chan (tengo que ponerlo, aunque no tengo idea de quién es) y escrita por
Choi Yun-Jin (el mismo caso que el director), la que se lleva el premio es la
actriz Go Ah-Sung, cuyo personaje, Lee Mi-rae, es la típica enana de oficina
que se esfuerza al máximo por conseguir reconocimiento y por esto mismo atrae
las antipatías de todos en la oficina. Esto sucede casi siempre: en el colegio,
quien termina siendo lorneado es muchas veces quien más intenta llevarse bien
con todo el mundo. Quizá esto se deba a que la mayoría de personas recelan a
aquel que se esfuerza en amoldarse, aunque la contradicción se presenta en que
todos los que logran llevarse bien se amoldan perfectamente: es como si la
persona diferente que intenta ser igual de forma torpe resaltara la
homogeneidad mediocre de los demás. Estoy divagando, claro. El caso es que el
asesinato de la familia de este hombre, Kim Byeong-woo, atrae a la policía a la
oficina. Dos investigadores están a cargo del caso, pero uno de ellos destaca,
es más astuto y un poco más maduro. Entrevista a todos, pero cuando está a punto
de preguntarle a Lee Mi-rae por su testimonio, es interrumpido por uno de los
oficinistas: Lee está con una pasantía, no sabe mucho, etc. Si creíamos que la
cosa andaba mal por el loco del martillo, nos confirman nuestra opinión el
ambiente frío de la oficina y la advertencia que le hace este oficinista a Lee:
no digas nada, no ventiles nada, lo que pasa en la oficina se queda en la
oficina, etc. Lee charla con el policía, pero no revela demasiado. El ambiente,
tenso, no se debe solo a que uno de los trabajadores ha matado a su familia y
eso lo notaremos más adelante.
Poco a poco nos damos
cuenta que Lee y Kim, el asesino, se llevaban bien, pero eran ignorados o
francamente despreciados por todos los demás. La razón es simple: eran personas
que hacían su trabajo de forma obsesiva, esforzándose más que los demás. Lo
terrorífico aquí no son las muertes que comienzan a sucederse, pues parece ser
que Kim ha regresado por venganza: el verdadero infierno se sucede por los
intercambios de palabras en la oficina, la presión de un sistema jerárquico en
el que todos se ven maltratados por un jefe despótico que exige resultados y no
tiene dudas en maltratar verbalmente a todo el mundo en búsqueda de “motivación”.
La amenaza siempre colgante del despido y también del aplazamiento del ascenso
es una constante, incluso entre los policías: el mundo laboral surcoreano es
uno en el que todos viven para el trabajo, atrapados por los dos espectros, ascenso
y despido. Lee sufre porque una nueva pasante es contratada: más guapa,
preparada y atenta, opaca a Lee y la hace pensar en su destino inestable en la
empresa. Nos enteramos también, por juegos temporales de escenas en las que
completamos una idea de la dinámica empresarial, que el jefe cuando despotrica
contra todos lo hace sin contemplaciones: incluso se ha metido con el hijo de
Kim; además, el día en el que mató a su familia había sido despedido. Aquí, en
esta parte del globo, es poco probable que te mates y a tu familia si eres
despedido; puede suceder, pero no es algo corriente. Máximo puedes golpear a tu
jefe – al menos es lo que yo haría, por hijo de puta. Además, la manera en la
que Kim mata a su familia – a martillazos – es señal de que no solo buscaba
asesinarlos, además quería descargar su ira y frustración sobre ellos. Incluso
la manera en la que una persona asesina a otras dice mucho de su estado de
ánimo e intenciones. Kim es una víctima – y también victimario – del sistema
laboral, pues este ha enajenado de tal manera a sus trabajadores que viven
temerosos, haciéndole la vida imposible a quien pueden mientras temen que el
maltrato del siguiente en el escalafón.
“Office” no es una
película de terror en la que monstruos aparecen de repente en la pantalla: los
monstruos son los oficinistas que se contagian la crueldad como un virus,
resintiéndola cuando viene de arriba y satisfechos cuando se ceban sobre
alguien que ven como diferente. Kim le dice a Lee, en una de las escenas, que
son iguales: aparentemente su igualdad se observa en que ambos quieren cumplir
a cabalidad su empleo y a la vez se dan cuenta que están enloqueciendo en esta
búsqueda de una perfección que nadie realmente demanda y en la que nadie quiere
creer. Lee habla con su madre, es tímida, pero también está atormentada por el
silencio y la soledad a la que se ve condenada por sus compañeros de trabajo.
La oficina es también un lugar en el que se demuestra que todos pueden ser
reemplazados, incluso si son asesinados. La policía también es parte de este
sistema, pues el investigador que desea esclarecer lo que sucede es informado
por su superior de que el jefe de la empresa se ha quejado y deben dejar de
investigar: ya viene el informe de desempeño, le dice el jefe y estas son
palabras mágicas que pueden detener incluso al más comprometido. Así como en “American
Psycho”, los asesinados son piezas intercambiables, pero llegan a sufrir un
miedo atroz antes de morir, el miedo de aquellos que no entienden del todo por
qué están muriendo, cuando deberían preguntarse, por un momento, por qué han
vivido. “Office” es, por esto, una película de terror, pero este en realidad
consiste en demostrarnos lo impersonal del régimen laboral, el infierno
representado en cubículos de oficina, informes y ventas, coronados por gritos
que reclaman eficiencia y dedicación, pero, paradójicamente, la dedicación
excesiva tampoco está bien vista: para triunfar uno debe saber ubicarse en una
cómoda y vistosa mediocridad.
Estamos, así, en un mundo
en el que si no eres psicópata para triunfar, te verás orillado a serlo. La
sonrisa de Lee, casi al final, y la llamada que recibe – si quieren saber más
recomiendo ver la pela – nos dice que todo continúa: la rueda laboral no se
detiene por nada, ni siquiera por el crimen: están unidos, hermanados en la
perversidad del autómata que no reflexiona en lo que hace.
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