"Lugares Comunes" y el dolor de la lucidez


Estaba desayunando con mamá y hablando sobre sus padres – que fueron nocivos – cuando ella me contó de una amiga suya y su madre – también nociva. Yo, en mi inocencia, pensé que su amiga la detestaría, pero me sorprendió: la adora, me dijo. Pero no terminó ahí: cada cierto tiempo la lleva a comer a los restaurantes más caros, pero la vieja a veces deja casi todo el plato. “Mamá, ¿qué pasa? ¿No tiene hambre? ¿Quiere otra cosa?”. La vieja gruñe, niega, no dice nada. ¿Qué le sucede? La hija se dio cuenta y se lo contó a mi madre: es que odia ser vieja, lo detesta. Odia no ser libre para hacer lo que quiera. La vejez es un limitante, pero es más jodido aun cuando te has quedado con ganas de hacer más. O cuando sientes que todavía tu alma es joven; o cuando odias depender de los demás.

Existen muchas razones para odiar envejecer. Y una de ellas es que el mundo te declare un inútil, mirándote con desprecio disfrazado de benevolencia, mientras espera al día en que desaparezcas.

Y con esta reflexión tornasolada comienzo a divagar sobre “Lugares Comunes”, de Adolfo Aristarain, pela argentina con algo de española.

Conocí el cine de Aristarain a raíz de “Martín (Hache)”, que vi sin hacerle mucho caso cuando tenía unos veintidós años si es que no me equivoco, pero lo que me pareció una pela latina más – y en ese tiempo mucho del cine en mi idioma me parecía un poco homogéneo –, terminó siendo una de las pelas que más me hizo reflexionar sobre diversos asuntos, la patria, las drogas, el trabajo artístico, la libertad y la rebeldía. Sin embargo, como la vi en un dvd pirata y en aquel entonces estaba mucho más concentrado en ver a Woody Allen y considerarlo el non plus ultra del cine – o quizá no, pero le daba mucha bola al cine estadounidense –, además de que “Aristarain” no era un nombre que me animara a retener en mi mente, olvidé del todo al cineasta, no así a la película. Pasaron muchos años y varias películas, hasta que me encontré en ese divagar por internet y no sé cómo llegué a una entrevista que se le hace a Aristarain. Para ser sincero, no me di el trabajo de buscarla para el blog, porque me dio flojera. El caso es que recuerdo cosas que decía, tipo “el noventa por ciento del cine de ahora es una basura” – jaja, al recordar esta cita pude encontrar la entrevista –, o que uno no hace cine por dinero. Ver plasmadas opiniones con las que concuerdo con tanta facundia me hizo reír y, como me sucede cuando leo algo que me resulta interesante en un escritor o cineasta, me puse a buscar sus películas.

La primera que vi después de la mencionada en el párrafo anterior fue “La parte del león”, que me gustó mucho y no comentaré hoy. Sin embargo, fue “Lugares Comunes” la que me hizo pensar que este tipo tenía una voz. Aunque basada en la novela “El renacimiento” – novela de su primo, Lorenzo F. Aristarain –, la adaptación corrió a cuenta de Kathy Saavedra y Adolfo Aristarain. Película del año 2002, el año en que terminaba la secundaria, comienza con un hombre que está escribiendo. La voz de Federico Luppi se encargará no solo de dar a conocer el diario/proyecto creativo que está escribiendo, también las reflexiones sobre lo que le está sucediendo dentro y sus reflexiones sobre su círculo familiar. Fernando Robles (Luppi), es profesor de Literatura y va a viajar a Madrid con su mujer, Liliana (Mercedes Sampietro), invitados por su hijo, que vive allá. Fernando es argentino; Liliana, española. Ambos se llevan muy bien, en sus años de matrimonio han aprendido a conocerse, se quieren, son amigos, la unión ideal en la que se han conjugado bien los ideales y la complicidad, y la pasta que los une es el cariño. Y como no podría dejar de suceder en una película, se presentan las dificultades: la jubilación anticipada y obligatoria a la que someten a Robles. Los personajes de Luppi no son de los que se quedan callados, conformes con sus circunstancias: discute con el rector, lo caga con ironía, y después va a dar su última clase, pues la licencia que pidió para viajar ha coincidido con el despido. Allí, frente a sus estudiantes, les da varias lecciones sobre cómo deben enseñar: no impongan que memoricen sus alumnos, dejen que reflexionen, etc. Será, sin embargo, una de ellas la que guiará el resto de la película: despierten en sus estudiantes el dolor de la lucidez, sin límites, sin piedad. La lucidez y lo que trae llevará a Robles a reflexionar, una y otra vez, sobre su futuro papel en su propia vida y la utilidad/inutilidad de la misma.


Lucidez...

Robles intenta, como todo marido orgulloso que ama a su esposa, ocultarle lo que ha sucedido. Habla con su amigo abogado, Carlos (Arturo Puig, el de ¡Grande, Pa!), a ver si él puede hacer algo con lo del despido, pero en realidad sabe que la cosa va a ser difícil. Lily, su esposa, lo conoce. En el aeropuerto le pregunta, ya a calzón quitado, qué está sucediendo. Fernando confiesa: me despidieron. Ella lo consuela, intentan olvidar y se embarcan para Madrid. El hijo, Pedro, los recoge e impone que se queden en su casa, y sabemos tanto por la voz de Fernando como por ser testigos de los dramas familiares que las cosas no van bien con la vida de Pedro. Las reflexiones de Fernando son crueles, pero no por ello menos certeras: se siente decepcionado de su hijo, de las decisiones que ha tomado. Recordé que hace algunos años salí por poco tiempo con una muchacha y le dije que me sentiría decepcionado si tuviera un hijo que odiara leer o decidiera ser cantante de reggaetón y ella me respondió, un poco irritada, que era su vida y yo no tenía por qué meterme en sus decisiones, como si ya estuviéramos planeando tener uno o quizá como hubiera reaccionado si ella fuese mi hija. Pensé que no obligaría a nadie a hacer de su vida lo que yo quisiera; eso sí, uno puede ser libre de sufrir una decepción, sobre todo de aquellos a quienes ama.

Y la decepción se hace patente en un bar.

Primero charlan Lily y su nuera, pequeñas frases que nos hacen pensar en cómo la nuera, inmigrante, ve a otros inmigrantes: su desprecio está avalado por la nacionalidad conyugal. Después asistimos a la charla padre-hijo: este le ofrece a aquel que se decidan a vivir con ellos en España. Pedro puede ayudarlos con el dinero, España es otro mundo, país en serio, le va bien en su trabajo, tiene plata, está tranquilo. “¿Sigues escribiendo?”, le había preguntado antes su padre, y el hijo no; “¿Ni en tus tiempos libres?”, “Pero no tengo tiempos libres”. Nos enteramos que el hijo escribió una novela y después dejó de escribir, cambió de vida, trabaja con computadoras. Aquí se vive, creo yo, la escena más tensa y también más reveladora de la película: Fernando le dice a su hijo que está eximido de ayudarlo, que escogió vivir como un burgués a pesar de las lecciones paternas, que se vendió. El hijo reacciona colérico, pero claro, cómo me vas a decir que sacrifique mi futuro y el de los míos por una quimera, y Fernando estalla: el futuro es una ilusión, la trampa que se inventa el sistema, cualquier sistema para que la gente agache la cabeza, pero tu trabajo no te garantiza el futuro, no te protege contra la incertidumbre, las enfermedades, el loco que puede darte un tiro. Fernando le da una lección a su hijo y lo hace gritando, pues nada duele más que la mediocridad elegida por alguien que uno hubiera deseado admirar – o que admiró en su momento, o quiso, o debe querer. Se va del bar molesto, Lily lo sigue, lo comprende, aunque también lo regaña.


El futuro...

Después de eso regresan a Buenos Aires, no sin antes bosquejar una disculpa a su hijo en el aeropuerto, que más suena a un salvavidas. Al llegar se dan cuenta que deben ajustarse a su nueva vida, la vida de un país siempre en crisis. Fernando no sabe qué hacer, no le dan chamba, no puede funcionar en la vida laboral. Lo han declarado obsoleto. Carlos le sugiere vender el departamento y, aunque no desea hacerlo – el departamento es de Lily, sus padres se lo dejaron, la culpa del proveedor que ya no puede hacerlo –, al final se vende. Lily es más práctica. Aquí llega otro momento muy bueno en la película y tiene relación con una reflexión: confieso que la primera vez que la vi no reparé demasiado en la importancia del título: Lugares comunes… ¿y eso qué? ¿Qué lugares comunes vemos en la película? Fue la segunda vez que me encontré con este momento el que me dio la pista: un viudo reciente quiere comprar el departamento, ofrece el 60% de la cantidad pedida en billetes y pagar el restante con una casa de campo y su chacra. Aunque al principio no quiere aceptar, lo que nos lleva a otra escena muy buena sobre la decepción de la caída de la izquierda – qué tan seguros se sienten los de la derecha que dejan que la izquierda exista, no jode a nadie –, termina hablando con el viudo y cerrando el trato. Aquí Fernando felicita al hombre por todos los manuales que le entrega para poder comenzar un negocio de perfumes, y el viudo confiesa su comportamiento obsesivo: todo lo planeaba, no estaba tranquilo si no sabía qué le esperaba en una semana, un mes, un año. Todo, excepto perder a su esposa. Eso no lo pudo prever. El hombre está devastado por la pena, y aquí pensé en el título: así como con el viudo, nosotros asistimos a la pena que se esparce en Fernando; los lugares comunes son los encuentros entre las experiencias, el dolor, y el siempre incognoscible futuro, pues por mucho que uno planee la vida no está escrita por nosotros, no podemos saber qué nos depara el mañana. Y aquí también llegan las más tristes reflexiones de Fernando: la lucidez es darte cuenta de cuán ridícula puede ser la vida, pero si no te vuelves loco es porque te das cuenta que tomártela en serio es una tragedia. Para vencer el desconcierto y la inutilidad vital, debes aferrarte al deseo vital, pero este a veces se apaga de repente. La lucidez, al ser dolor, toma todo cuando el deseo se apaga, y esto precipita la caída hacia la muerte, hacia morir antes de morir. Y eso, a pesar de la nueva vida chacarera y campestre, está afectando a Fernando.

Como puse antes en el blog, no es mi intención contar toda la pela, aunque a veces siento que he traicionado mi propia regla. El caso es que pienso en la lucidez, en el dolor asociado a ella –aunque también la alegría, claro. Hace unos días, y con esto termino, hablaba con un amigo sobre algo que hablé con mi hermana alguna vez: ella cree en esto de que si uno desea algo con todas sus fuerzas entonces sucede. He discutido con ella a veces, pero llegué a la conclusión que si le funciona, felicitaciones. A mí no me sucede eso: la vida es jodida, inexplicable. Puedo tener mil planes y, mientras camino por la vereda, un borracho o alguien a quien se le jodieron los frenos puede subir con su auto a la vereda y atropellarme. Morí en segundos por el error o la mala suerte de alguien más. Esto lo pensé desde hace ya varios años y aún creo que es así. La lucidez es dolorosa y aquí concuerdo con una frase de la película: una vez que ya eres lúcido no puedes dejar de serlo. Entonces Cypher y la vuelta a la Matrix están negadas, lo siento, Cypher.

https://www.lanacion.com.ar/1572440-adolfo-aristarain-en-el-mundo-entero-hay-un-95-de-peliculas-que-son-basura


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