"Gattaca" y la fuerza de voluntad
Si bien ahora estoy en
una especie de luto romántico – luto esperado, pero no por eso menos doloroso –,
creo que estoy en esa edad en la que puedo aprovechar el dolor para escribir e
hilar ideas. La primera vez que me deprimí por cuestiones amorosas – y uso “deprimir”
de una manera muy ligera, lo sé: nada que ver con la depresión clínica, más
llorar como un cojudo frente al recuerdo – me vi imposibilitado de hacer
cualquier cosa, excepto pensar una y otra vez en qué había hecho mal. Ahora,
seis años después, me dije que podría superar el temporal con actividad y eso
es lo que estoy intentando hacer.
Menciono lo del luto
romántico porque, como siempre, lo que me sucede a nivel personal lo uniré a la
película o libro que comentaré hoy. Me disculpo por no haber comentado libros
últimamente: he estado sin leer estos días por muchas razones y recién me
pondré a hacerlo con ganas a partir de hoy. Lo que comentaré es delicado, un
tema espinoso por muchas razones que, sin embargo, sigue discutiéndose por lo
bajo: la eugenesia. No soy un experto, mis conocimientos de Biología son
básicos, pero aprovecharé la película de Andrew Niccol de 1997 para adentrarme
en cuestiones éticas y de paso ligarlo con lo de mis recuerdos sobre mi ex
pareja. Hoy discutiré “Gattaca”.
Esta película es una de
las indispensables en la ciencia ficción. Niccol tiene buenas películas en su
haber, “Lord of War”, películas más que buenas como “The Truman Show” – que escribió,
no dirigió – y también una decepción – para mí, en este caso – que tenía una
buena idea argumental, “In time”, pero no fue explotada más allá de un romance
y las típicas persecuciones hollywoodenses, que un director con menos ingenio podía
haber maquinado. Eso sí, como escuché una vez, no se puede negar que Niccol es
un hombre de ideas, tiene algo que decir y eso se debe reconocer. Mi encuentro
con el universo de “Gattaca” fue, como me sucede a veces, casual: zapping
descontrolado y una escena que me llamó la atención: en este caso, la de la
competencia de nado entre los dos hermanos, junto con la voz de Ethan Hawke que
narraba todo. Cuando detuve el zapping y vi la escena, junto con la banda
sonora de Michael Nyman – que me parece tiene un poder hipnótico – me quedé
viendo el resto, al menos por unos minutos. Lo malo es que la película ya
estaba avanzada y, siendo como soy, decidí dejarla y agenciármela para poder
verla desde el principio. Lo hice un par de días después, me preparé mental y
físicamente – alejando el celular, acomodándome bien en el sillón, vejiga
vacía, galletas y café al lado –, y me dispuse a comenzar con aquella película
de la que no sabía más que lo básico: héroe, conflicto a superar, ¿cómo lo
hará? Y comencé con todo.
Soundtrack de "Gattaca"
Hago aquí un paréntesis:
meses después estaba con mi ex – en ese tiempo mi enamorada – en un auto de
regreso de una feria del libro; había comprado “La broma infinita” – que intentaré
comentar alguna vez, aunque es bastante extensa y temo desvariar demasiado – y
no sé cómo nos metimos a discutir la eugenesia. Recuerdo que ella señaló mi
asma y me dijo que si pudiera asegurarme de no tenerla o de que mis hijos no la
heredaran, ¿cuál era el problema? La discusión era amigable, a pesar de lo
espinoso del asunto. Yo recalqué lo que vi en la película: no solo un sector de
la sociedad sería aplastado por el otro, el genéticamente mejorado, sino que, conociendo
el mundo y sus parámetros socioeconómicos – que primero deberían cambiarse,
pienso yo, antes de pensar en mejorarnos genéticamente –, ¿cómo asegurar que
todos, absolutamente todos los seres humanos podrían alcanzar estas mejoras? Lo
más probable es que solo los más ricos llegaran a recibir esta ayuda y, como
bien apunta el personaje de Hawke, el mundo tendría un nuevo tipo de
discriminación, una que ya no se basa en el color de la piel, una que tiene su
base en la ciencia, en la sangre.
Me gustaría no tener
asma, no ser tan alérgico, tan propenso al acné, diablos, si se habla de
preferir quisiera ser diez o quince centímetros más alto. Eso no me ciega ante
lo que sucedería si un programa eugenésico se pusiera en marcha. De corregir
problemas como el asma, enfermedades degenerativas, se podría pensar más allá,
más “Un mundo feliz”, pero a la vez, ¿quiénes serían los que limpiarían las
calles en este nuevo sistema perfecto? O dejas al margen de la mejora a un
sector o los “mejoras” para que acepten la servidumbre con alegría, sin
rebelarse o, como Micky Vainilla declara, traemos a los que necesitamos entre
los parias para que hagan mantenimiento y limpieza, ni más ni menos que lo que
sucede en “Gattaca”. Olvidémonos de diversidad, la eugenesia sería el nuevo
molde para crear lo que algunos considerarían perfección y esta, no lo
olvidemos, obedece siempre a una agenda política.
Me gusta mucho el término
“escalera prestada” – en el original A borrowed ladder –, me parece ingenioso.
Vincent Freeman, incluso el apellido no parece accidental: uno de los últimos
que nace concebido como se conciben miles ahora, nace con una probabilidad
mínima de pasar los treinta años, defectos visuales, y no tan alto como se
esperaría. El padre, Anton, se rehúsa a darle su nombre, marcando desde el
nacimiento el rechazo que sentirá por aquella nueva vida paradisíaca. Mientras
Vincent crece, tratado por sus padres como un niño con hemofilia, aquellos
deciden tener un nuevo hijo, pero esta vez concebirlo con ayuda de un
genetista. De ese coctel especial nace Anton, el hermano menor que superará en
estatura a Vincent con rapidez, no tendrá defectos visuales y superará al mayor
en todo sin esfuerzo: Anton llegó perfecto al mundo, su organismo es el
resultado de la mejor combinación de genes de sus padres. Nada al azar en este
aspecto. Como sucede a menudo con los hermanos, estos compiten: el mar y quién
se acobarda primero en el nado, la prueba de hombría en la que ambos se mezclan
será el recordatorio constante para Vincent de su inferioridad, pero también,
en un giro inesperado, la que hará que Vincent se decida a cambiar de vida.
Vincent, como todo
protagonista, quiere algo, tiene un deseo que deberá alcanzar, enfrentando
pruebas diversas: quiere viajar al espacio. Sus padres le dicen que es
imposible, sus entrevistas le demuestran que no importa qué tanto estudie, la
sangre es la barrera espesa que no lo dejará pasar al mundo de los elegidos.
Esta constante decepción debería haber sumido a Vincent en la desesperación, y
aquí es donde vi la película por primera vez, la escena que me decidió a verla.
Anton le dice a su hermano que él sabe el resultado de la competencia, pero
Vincent nada igual y, contra todo pronóstico y evidencia anterior, gana. Las
líneas que Vincent – el narrador – suelta son muy buenas, algo como “la primera
vez que Anton no fue tan fuerte como creía ser y yo no fui tan débil”. La
victoria contra su hermano, el genéticamente apto, decide a Vincent: hace sus
maletas y busca su sueño. Como sucede en general, el viaje es un tema
recurrente, un requisito para el crecimiento del personaje, pues las
adversidades prueban su resistencia: conserje, se encarga de limpiar vitrinas y
baños en Gattaca, el centro de los lanzamientos espaciales. Vincent toma
conciencia de que su sueño, a un paso, es también imposible de cumplir en sus
condiciones. Aquí llega Tony Shalhoub (el nombre del actor, no recuerdo haber
escuchado el del personaje), que le ofrece la solución, la escalera prestada,
en la figura de Jerome Eugene Morrow – Eugene, clara alusión –, interpretado
por Jude Law. Jerome es invalido, tuvo un accidente, pero es también un miembro
de élite, un mejorado, y a cambio de dinero le vende a Vincent su identidad, su
sangre, orina, piel, muestras para todos los días, pues Gattaca es estricta y
pide cada cierto tiempo pruebas para saber que eres quien dices ser. Vicent se
transforma en Jerome, pero también quiere superarlo: Jerome es un miembro
mejorado, pero nunca fue primer puesto; Vincent, para lograr su meta, debe
superar a Jerome, aunque tenga todo en contra.
No he respetado el orden
cronológico de la película: esta abre con el descubrimiento del cadáver del administrador
de lanzamientos, el único que parecía sospechar – según Vincent – de su
identidad. Es importante su muerte pues invoca a la policía y los
investigadores, entre ellos dos que se hacen cargo de interrogar sospechosos y
analizar la evidencia. Aunque uno es más viejo que el otro, estamos en el mundo
Gattaca y el más joven tiene el mayor rango. La experiencia del más viejo no es
tomada en cuenta todo el tiempo, el policía más joven es autoritario, decidido,
y también el hermano de Vincent, Anton. La identidad de Anton se mantendrá en
secreto casi hasta el final de la película, aunque pequeñas pistas nos indican
quién es, entre ellas su manera de salir de la piscina, el entrenamiento para
superarse y superar el recuerdo de la derrota con su hermano. Se descubre el
cabello de alguien que no debería estar allí, en la sede de operaciones, un No
Válido, Vincent Freeman. Anton sospecha, persigue a Vincent y siempre parece
respirar a un paso de su cuello, mientras Vincent elude una y otra vez a su
perseguidor, tiene algo con Irene (Uma Thurman), y está a solo una semana de
viajar a Titán, la luna de Saturno. La persecución debería detenrse cuando
Anton se entera que el asesino es en realidad el jefe de departamento: asesinó
al administrador porque este quería cancelar la misión. Sin embargo, Anton
quiere confrontar a Vincent, se ha dado cuenta que está allí. El diálogo es
tenso, Anton quiere sacarlo, le dice que lo ayudará, pero es evidente que está
celoso, confundido por el progreso de su hermano. Al fin, acuerdan la competencia
de nado en la que Vincent no solo vuelve a ganar, sino que salva la vida de su
hermano por segunda vez, haciendo realidad lo que dice al principio: que los
miembros mejorados de la sociedad tienen más posibilidades de tener éxito, pero
el éxito mismo no está asegurado. Vincent ha conquistado su destino con fuerza
de voluntad.
Enfrentamiento entre Vincent y Anton
Vincent viaja, y suceden
otras cosas que prefiero que vean. Ahora, recuerdo que hace un tiempo vi un
comentario en otro blog en el que se opinaba que si Vincent hubiera renunciado
a viajar a Titán el final hubiera sido mejor. Yo discrepo: después de tantos
sacrificios, de tanta lucha, de tantas personas que ayudaron a Vincent, no
viajar hubiera sido rendirse, defraudar, abaratar su sueño por una lección
moral barata. Titán era el sueño de Vincent porque le enseñaron que no podía
soñar con el espacio y él desafió esta prohibición, ¿no sería dejar su sueño al
final haber interiorizado la prohibición?
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