La importancia del talento en "Amadeus", de Milos Forman
El talento se define como
la capacidad o aptitud para aprender las cosas con facilidad; también
desarrollar con mucha habilidad una actividad determinada. Incluso hoy en día
se discute la importancia del talento y no pocas historias aparecen para, en
cierta medida, encomiar el trabajo duro por encima de aquello con lo que naces –
y, cual don divino, no depende de ti excepto en la medida que lo utilizas.
Aquiles estaba dotado para la guerra, como Paris tenía el don de la belleza y,
como sabemos, relacionamos esta con otras cualidades. En pleno mundial de
fútbol, se puede decir que todos los jugadores son atletas y que su
entrenamiento es durísimo, pero también que no todos son el 10 – o el 7, o el 9,
dependiendo del número asignado y a quién sigues –, y, aunque todos son buenos, no todos pueden ser
Pelé. Y, yendo un poco más lejos, a Naruto se le consideraba como un ninja sin
talento, pero estaba tan obsesionado con el reconocimiento que su esfuerzo fue lo que hizo que destacara sobre los demás. Eso sí, se podría especular que fue su
persistencia lo que – también gracias a guías pertinentes – lo llevó a
reconciliarse con su talento. Entonces, ¿qué destaca al final en una historia de
superación?
Trailer de "Amadeus"
Creo que el talento sigue siendo una figura poderosa, a pesar de nuestra obsesión con el trabajo duro. No niego el valor de la persistencia, de hecho, citando una vieja película casi olvidada, Gladiator (1992) – en realidad no tan vieja – en donde actúan un joven Cuba Gooding Jr. y James Marshall (A Few Good Men), el talento usualmente se da por sentado, la gente lo desperdicia y, al final, te das cuenta que se fue – estoy parafraseando a la profesora del protagonista; si quieren saber más los invito a ver la película. Creo que, efectivamente, el talento no sirve si no se explota, pero no funciona al revés: el talento no se construye con esfuerzo. Ahora, tener talento no es asegurarte lo que deseas, incluso trabajándolo. En el talento también existen medidas, mucho, poco, como sucede en la belleza: una mujer puede ser hermosa, pero puede haber otra más hermosa por diferentes motivos. Claro, la belleza es subjetiva y solo he utilizado este ejemplo por ser el primero que vino a mi mente. Confío, sin embargo, en que la idea se entiende.
Creo que el talento sigue siendo una figura poderosa, a pesar de nuestra obsesión con el trabajo duro. No niego el valor de la persistencia, de hecho, citando una vieja película casi olvidada, Gladiator (1992) – en realidad no tan vieja – en donde actúan un joven Cuba Gooding Jr. y James Marshall (A Few Good Men), el talento usualmente se da por sentado, la gente lo desperdicia y, al final, te das cuenta que se fue – estoy parafraseando a la profesora del protagonista; si quieren saber más los invito a ver la película. Creo que, efectivamente, el talento no sirve si no se explota, pero no funciona al revés: el talento no se construye con esfuerzo. Ahora, tener talento no es asegurarte lo que deseas, incluso trabajándolo. En el talento también existen medidas, mucho, poco, como sucede en la belleza: una mujer puede ser hermosa, pero puede haber otra más hermosa por diferentes motivos. Claro, la belleza es subjetiva y solo he utilizado este ejemplo por ser el primero que vino a mi mente. Confío, sin embargo, en que la idea se entiende.
Escena de "Gladiator": no es la que hubiera querido, pero no encontré otra que me convenciera en Youtube.
¿Por qué discutir el
talento? Puedes, perfectamente, tener una vida confortable si te esfuerzas,
pues el trabajo duro es bien visto, incluso en algunas sociedades es mejor considerado
que el talento, pues este va de la mano con la creatividad y la iniciativa, lo
contrario que se desea en países con estructuras rígidas. Discuto el talento
porque en este blog se discute sobre arte, y en el arte la relación entre
talento y persistencia es obligatoria. De hecho, aunque no todos los campos
exigen talento – al menos aquel que graba el nombre de alguien para la
posteridad –, el arte no solo exige la presencia de una persona talentosa,
también se encarga de hacerte presente que esto no garantiza, de ningún modo,
que goces en vida de celebridad, prestigio o, en algunos casos, siquiera de estabilidad económica. Bueno, pero ¿es que importa
tanto el dinero? Romántico o no, yo diría que el dinero no importa en el
sentido de querer hacerte rico, pero de ahí a no comer por tres días y morir de
hambre para ser reconocido como el poeta o músico que conmocionó una época…
pues es bastante triste. Dostoievski sostenía que la pobreza y la miseria
forman al artista, lo que puede ser romántico mientras se lee y piensa en la comodidad de tu hogar, pero pocos
son los que pueden vencer aquella miseria y proseguir, olvidando el rugido del
estómago vacío y el frío agresivo que no puede ser vencido sin calefacción, con un trabajo creativo. Escribir un cuento sin haber comido dos días es una tarea titánica. Bukowski también menciona la pobreza y el hambre, pero, como dije antes, para
hacerte cargo de tu visión artística y solo de ella hace falta un
convencimiento tremendo, una voluntad que, contrario a lo que se desea sobre
todo en la generación Facebook e Instagram, contempla la posibilidad de que tu
trabajo sea reconocido después de la muerte y no dejas de trabajar por ello.
Entonces, después de esta
introducción puedo pasar a discutir un poco Amadeus
(1984), dirigida por Milos Forman (Loves of a Blonde, The Firemen’s Ball, ambas
checas, hasta One Flew Over the Cuckoo’s Nest, The people vs Larry Flint, etc)
y escrita por Peter Shaffer (adaptada de su obra teatral del mismo nombre), la
película que presenta un retrato de Mozart bajo la mirada resentida de un viejo
Salieri. Mozart (Tom Hulce) es un hombre aniñado, vulgar, risueño, algo
lujurioso y rebelde, pero consciente de su talento. Salieri (F. Murray
Abraham), es la antítesis de Mozart: dedicado, comprometido, ceremonioso,
socialmente activo y, por encima de eso, célibe. No se puede decir que Salieri
no tuviera talento, de hecho es reconocido y ha sido nombrado como el Maestro
Compositor en la corte del emperador Joseph II. Goza en vida del prestigio de
un músico afamado y, como le confiesa al sacerdote confesor en los primeros
minutos de la película, “le agradaba a todo el mundo… incluso a mí mismo” (mi
traducción). El problema surge cuando llega Mozart y esta llegada es clave:
primero, porque Salieri está intrigado. Al ser un hombre de fe, que adjudica
todo su éxito a la voluntad divina, se ha hecho una idea de cómo esta reparte
sus dones y a quién. Dios no puede equivocarse, ergo, sus elegidos deben ser
adecuados. Con ansiedad busca quién es Mozart en su primera presentación en
Viena, pues el talento debería
guardar una relación armónica con el comportamiento, incluso con el rostro de
la persona talentosa. Aquí Salieri se enfrenta con una sorpresa mientras
presencia, escondido, una escena de amor algo escandalosa: el muchacho que
invierte palabras, infantil y grosero es Mozart, aquella leyenda de la que ha
escuchado hablar a lo largo de los años. Y, para terminar la escena del
reconocimiento, Salieri lee las notas de Seranata para vientos, en la que se
enfrenta con lo evidente por primera vez: aquel muchacho es un genio.
¿Cómo reaccionar? Bueno,
es una corte y, casi de forma obligada, las intrigas son diarias y necesarias
para mantener el balance de poder. Cuando Mozart llega a la corte del emperador
presenciamos este balance entre cortesanos que están a favor de Mozart, músico
austríaco, y los italianos, que desean mantener el statu quo. La disputa gira sobre la opera encargada al músico, que
desea hacerla en alemán. Pero, aunque gana la discusión, lo más importante es
el insulto, involuntario quizá – pues Mozart, en la película, parece tan en lo
suyo que si ofende, parece hacerlo por distracción o juego – que le hace a
Salieri al mejorar la sonata que compuso este, irónicamente, para él. Mozart
solo la ha escuchado una vez, sin embargo no solo la ha aprendido, sino que la
mejora sin empacho delante de la corte y el emperador, finalizando como solo lo
hace él, con una risotada. El rostro de Salieri al agradecerle a la divinidad
lo dice todo: no se explica qué ha sucedido.
¿Por qué Salieri resiente
tanto a Mozart? Si algo se observa a lo largo de la película es que el último
no recibe el crédito que merece: el emperador bosteza en su ópera, incluso le
sugiere que quite notas; Salieri logra indisponerlo y crearle mala reputación
y, poco a poco, empobrece, mientras que el músico italiano consolida su
prestigio y sigue trabajando. Podría decirse incluso que ya ha derrotado al
músico vulgar y goza en vida del prestigio que cualquier otro desearía. Podría
decirse que si Salieri, el Salieri de la película, viviera en esta época, no
tendría de qué quejarse: en el mundo de hoy es más importante volverse viral
que relevante. Claro que, para Salieri, lo importante va más allá y de ahí su
desgracia: presiente que será olvidado y se da cuenta del abismo que separa la
calidad de su música y la de Mozart. Salieri sufre parcialmente la maldición de
ser un buen crítico – pues no es solo uno, también puede crear –: perspicaz, se
da cuenta de la calidad del trabajo de Mozart y sabe que sobrevivirá en el
tiempo. Como él mismo dice, a través de Mozart escucha “la voz de Dios”.
Otra escena interesante
se presenta cuando la esposa de Mozart acude a Salieri en busca de ayuda.
Salieri, conmocionado, se da cuenta que lo que le presenta la mujer son los
originales de Mozart, que no presentan correcciones. ¿Cómo ha podido componer
tal música sin corregir? Ejemplos de este tipo de artistas existen: se dice que
Dostoiveski – hablando del buen ruso de nuevo – no corregía, aunque era porque
estaba tan endeudado que se apresuraba a entregar sus trabajos para sobrevivir.
Beethoven, en cambio, corregía incansable y nadie puede negar su talento. No es
la corrección o falta de ella lo que marca el talento o la fuerza del mismo, en
realidad, pero en este caso, para desgracia de Salieri, la verdad era simple:
Mozart era más talentoso, punto. El resentimiento de Salieri también viene de
lo que él considera una injusticia: la lección de humildad que cree recibir de
un joven que no merece tal talento. Casi como la parábola del hijo pródigo,
pues Salieri ha hecho todo como dice el libro, mientras Mozart es casi un niño
grande. Salieri llega a odiar a Dios por esto, pues, ¿de qué sirve el
sacrificio si no tiene recompensa?
Al final, ¿quién ha
ganado? Mozart muere joven, terminando su Requiem, endeudado y enfermo. Salieri
está vivo para cuando termina la película, viejo y resentido, pues las obras de
Mozart siguen haciéndose famosas, mientras que él tiene que ver como las suyas
van cayendo en el olvido.
¿Qué pude sacar en limpio
de esta película? Bueno, que el talento es cosa del azar. Lo problemático llega
cuando crees merecer algo. Quizá si Salieri no hubiera creído merecer algo por
sus sacrificios – o tal vez si no se hubiera sacrificado tanto – la vida le
habría parecido más reconfortante. Tal vez aquí se cumple la lección budista
acerca del sufrimiento como resultado del deseo: Salieri desea, Mozart compone.
Creo que es su principal diferencia.
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