"Big" (1988): un análisis sobre la infancia en otra época - y en otro lugar, claro
Hace algunos años, leí “El
tambor de hojalata” – no lo discutiré aquí, aunque quizá me animé más adelante
a dedicarle un espacio – y me fue muy difícil no hacer una comparación en mi
cabeza al ver, por segunda vez – y primera que veo la versión ampliada – “Big”
(1988), dirigida por Penny Marshall y escrita por Gary Ross y Anne Spielberg
(la hermana del tío Steven). En la novela de Gunter Grass, el protagonista,
Oscar, decide lesionarse a sí mismo – al menos eso nos cuenta – para escapar
del mundo adulto, quedándose para siempre como un niño. El mundo adulto le
parece falso, pretensioso, hipócrita. Cuando veía al Josh Baskin de doce años
frente a Zoltar, pidiendo lo que creo que casi todo niño ha deseado en algún
momento – sea por las razones que sea –, ser grande, pensé en Oscar, y también
en la divergencia de sus opiniones; eso sí, ambas, a su manera, no son
contradictorias. Y esto es porque Josh lo que quiere es ser más grande, no ser
mayor, menos adulto, y por esa razón, por mucho que termine perdiendo su virginidad,
teniendo una novia y encargándose de un proyecto importante en una juguetería, seguirá
siendo un niño. Este anhelo amenazado será el que lo lleve a pedirle a Zoltar
de nuevo, pero esta vez un deseo diferente.
Estoy adelantando
demasiado. Es imposible que cuente la película, en todo caso lo es que la
cuente como si nadie la hubiera visto, cuando creo que casi todo el mundo – o el
mundo con acceso a películas estadounidenses que vio los ochenta – la ha
disfrutado aunque sea una vez. Divagando un poco, podría decir que me animé a
rendirle homenaje con una entrada – alejándome un poco de las películas un poco
menos comerciales que he revisado – debido a que me parece una muy buena
película. Verla de niño – miento, en realidad la habré visto tres veces antes
de verla ayer – me hizo envidiar tener un amigo con el que inventarme una
canción medio estúpida, amparado en la confianza amical varonil, aquella que
crea códigos secretos (y no es un accidente que sea la canción inventada la que
convence a Billy, amigo de Josh, que ahora es Tom Hanks) y alienta la confianza
fraternal. Pero cuando la vi mayor pensé en otras cosas. Ya tenía una idea y la
reafirmé ayer, y es esta idea la que me movió a escribir.
Bueno, por partes. Josh
(David Moscow) tiene doce años, una hermanita bebé, vive con sus padres y tiene
una infancia típica de puberto suburbano de los años ochenta en los Estados Unidos.
Su mejor amigo, Billy, no la pasa tan bien, y esto es desarrollado mucho más en
la versión extendida. La vida de Billy es una mierda: su vieja jode con que
nadie la ayuda en casa, mientras Billy ayuda en silencio; el padre parece estar
pintado y los hermanos mayores contemplan en silencio la expresión histérica de
la madre quejosa. Pareciera que lo único que lo sostiene es su amistad con Josh
– lo que no me quedaba tan claro en la versión de TV; incluso pensaba “diablos,
Billy, déjalo tirar con su novia, no seas jodido –, que es como un hermano.
Volviendo a Josh – que es el protagonista después de todo –, él está pasando lo
que todo puberto pasa a su edad: se avergüenza un poco de sus padres cuando son
muy cariñosos con él, desea su espacio y se siente atraído por las chicas. Una
de sus compañeras de, bueno, no lo sé, la reconoce en la calle, ella lo saluda
y, típico de adolescentes, Billy y él comienzan a barajar ilusiones. La
muchacha es más alta que él – la ironía del crecimiento adolescente, como
también que las muchachas se fijen en muchachos mayores, mientras los menores
se quejan y, ironía de nuevo, terminan muchas veces transformándose ellos en
mayores a los que las menores preferirán –, y su nuevo novio tiene auto. La
oportunidad de Josh se presenta en un parque de diversiones: después de ser
avergonzado por sus padres en aquellos saludos orgullosos y la foto de rigor –
siempre me he preguntado qué enloquece a los padres, ya que ellos deben
recordar la vergüenza en cuestión: quizá es una especie de venganza a la vida
que toma cuerpo en el hijo, una tradición, la de hacer pasar vergüenza –,
presume conocer el juego mecánico en el que están Cynthia – la muchacha en
cuestión – y él haciendo cola. Lástima, no tiene la estatura suficiente y es
descartado. No creo que solo haya sido el hecho de no alcanzar a subir, pienso
que toda la experiencia le enseña a Josh que las cosas buenas de la vida – y en
este caso Cynthia, o las mujeres en general – llegan cuando eres grande. También
creo que Josh, como cualquier persona que ha tirado una moneda en un pozo de
los deseos, no creía de veras que sucedería. Es despecho, una plegaria para
sentirte mejor aunque sospeches en el fondo que nadie te está escuchando. Josh
recibe de Zoltar la cartita que los que han visto la película deben recordar y
se va a casa.
Y despierta Tom Hanks. Un
Tom Hanks de 32 años.
Bueno, ¿qué haría uno si
despertara y viera que ha envejecido de golpe? ¿O que ha rejuvenecido?
Josh tiene doce años, sus
respuestas son previsibles. Está asustado, pero – y aquí interviene lo genial:
considera la posibilidad real, que es también la menos convencional: Zoltar.
Esta posibilidad no se le hubiera ocurrido así nomás a un adulto de 32 años –
revisa entre sus cosas y la tarjeta está ahí. Recuerda el deseo y busca en su
bicicleta la feria, que ya no está. ¿Cuál es la segunda mejor opción? Mamá debe
saber qué hacer. Lo malo es que mamá no sabe: todo es territorio desconocido.
Ella no cree que Tom Hanks es Josh. Ella ve a un adulto loco que le enseña su
trasero y no escucha lo de la marca de nacimiento. Del terror pasa a la ira y
Josh huye, pues quedarse sería un suicidio. ¿Cuál es la tercera opción? Billy:
su amigo debe creerle. Y le cree, después, claro, de la secuencia de “Shimmy
Shimmy…” que siempre me da un poco de vergüenza ajena. Josh, a pesar de ahora estar
grande, está más que asustado, y es Billy, con su casaca de cuero, quien tiene
el control. Es él quien le da dinero, ropa y lo lleva a la ciudad a buscar
hospedaje. También lo ayuda a conseguir empleo con computadoras en una
juguetería. En realidad Billy es un buen amigo y por eso me da un poco de pena
cómo se comportará Josh con él más adelante.
Josh consigue empleo y
trata de hacerlo bien. Es gracioso que el buen Jon Lovitz – no recuerdo el
nombre del personaje ahora – lo alerte sobre lo que se debe hacer, pues Josh no
entiende a qué se refiere. En términos lacanianos – acá me pongo un poco
pedante –, Josh no está del todo en el reino de lo simbólico. No maneja los
mismos códigos, porque no es un adulto. Aún no ha sido pervertido por lo
social, por eso es gracioso cuando Lovitz le dice, casi con un guiño cómplice,
señalando a una mujer cercana: si la saludas es tuya. Sus piernas se
engancharán tan fuerte a tu cintura que terminarás pidiendo clemencia, a lo que
Josh responde que entonces se mantendrá alejado de ella. La expresión de Lovitz es graciosa, piensa que le ha
tocado de vecino un imbécil. No es para menos: en el mundo adulto la inocencia
es un lujo que no puedes permitirte.
Las aventuras de Josh
continúan, pero no será sino hasta el encuentro con McMillan (Robert Loggia, el
tío de “Over the top” y Mr. López en “Scarface”), y la muy conocida secuencia
del baile en la pista de piano, que cambiará su suerte: súbito ascenso en la
compañía, con el obvio aumento salarial, también la envidia de quien se
convertirá en un antagonista de poca vida, Paul (John Heard, más conocido como
el padre desnaturalizado que se olvidó dos veces a su hijo en fiestas) y la
atracción, al principio interesada, de Susan (Elizabeth Perkins: no la he visto
en muchos papeles, pero recuerdo mi erección infantil cuando la vi en sostén en
esta película y aún hoy me parece muy atractiva en este papel). Billy cree que
Josh es un suertudo; Paul, que es una víbora, y Susan, que hay algo en él,
pero no sabe qué. Esta interrogante la lleva a intentar seducirlo con los
trucos de una mujer adulta, pero Josh es un niño y, lo más importante, es uno
de los viejos tiempos, un niño aún inocente. Si Josh hubiera sido un niño en
los 2000 habría entendido a Susan de inmediato y si decía “quiero estar arriba”
no se hubiera referido a la tarima superior. Pero retomemos: después de los
saltos en el trampolín, Susan se ha divertido e intenta lucir seductora con
Josh y sabemos lo que sucedió. Pienso que la clave de por qué no sucede en
aquel momento y sí más adelante es la manera de aproximarse. Susan no está
siendo sincera, pues está acostumbrada a no serlo. Josh es sincero, a pesar de
sus miedos, porque es un niño. Ahora, a veces no sé cómo reconciliar al Josh
avergonzado y puberto con el Tom Hanks que me parece un poco más aniñado en su
manera de comportarse, pero también puede suceder que, como siempre sucede, ver
a un adulto comportarse como un niño es chocante, más que cuando un niño hace
pataleta. Esperamos cierto comportamiento de un adulto, de un niño, de un
anciano. Puede también ser eso lo que me confunde.
Trampolín...
El personaje de Paul me
parece fascinante a ratos, no por su profundidad o inteligencia, ya que estas
son cualidades que no expresa, sino por representar lo peor de la adultez: Paul
toma la vida como una competencia, y al ser incapaz de empatía, cree ciegamente
que todos se mueven por las mismas razones y motivaciones que lo mueven a él.
No es extraño, supongo: cuando charla con sus colegas se puede observar el
mismo patrón, las mismas aspiraciones. Josh lo atormenta porque no lo entiende,
sin embargo lo evalúa de acuerdo a sus estándares. Para Paul, Josh lo sabotea a
propósito; Josh solo se divierte, le saca provecho a una experiencia que sabe
debe terminar. Es un poco irónico – en realidad creo que la película destila
ironía – que termine peleando por la pelota como un niño: al final Paul es
arrastrado a un mundo que desprecia porque es incapaz de aceptar que no se
juegue bajo sus reglas, lo que también es una característica de los niños,
quienes a veces patean el tablero cuando saben que van a perder.
Los nervios de Paul se erizan por las preguntas de Josh
Bueno, Susan se enamora
más de Josh, tienen relaciones, y Josh parece madurar un poco. Pide café, lee Sports Illustraded y ayuda al hijo de
uno de sus anfitriones – cena adulta y todo eso – en Matemáticas. Susan quiere
saber qué quiere Josh con ella, lo que es razonable para una mujer adulta. La “charla”
para aclarar qué son y a donde van. Eso sí, Josh – que ahora tiene trece años –
no sabe qué está sucediendo. Son muchos pasos, etapas quemadas de golpe, y debe
parar. Cuando Billy se aparece para darle la información de Zoltar – y ya se ha
aparecido antes y discutido con Josh –, Josh ya ha tomado una decisión. La
escena en la que observa su antiguo mundo es clave. El mundo adulto tiene sus
ventajas, pero Josh quiere regresar a su mundo. Recuerdo que alguna vez leí que
no es bueno decirle a los niños que Papa Noel no existe, o el ratón de los dientes:
que lo mejor es que se den cuenta solos, pues si revelas antes de tiempo la
verdad les estás arrebatando algo. Creo que es verdad: lo mejor que puede hacer
una persona es vivir sus etapas, quemarlas a su debido tiempo. No estamos en un
mundo ideal, claro, y vemos todos los días niños vendiendo caramelos en la
calle, preocupados por dinero, y eso es algo que deberíamos remediar.
Josh decide regresar y se
sincera con Susan que, como se espera, no le cree. ¿Quién lo haría en realidad?
Lo interpreta como inmadurez, miedo al compromiso. Deciden ir a la
presentación, pero Josh se va a la mitad, decidido a volver a su mundo, lo que
lleva a Susan a seguirlo. Ella se encuentra con Billy, que está saltando de
contento por el retorno de su amigo. Es muy graciosa la reacción del muchacho
cuando Susan le revela que es la novia de Josh. A veces me he preguntado qué le
contaría después Josh: hey, sí, era mi novia, ufff… dormimos juntos muchas
veces. Lo que es seguro es que, incluso al volver, Josh habría cambiado. Me he
desviado del tema: entonces Susan se da cuenta de que todo es verdad, Josh ha
pedido su deseo y ambos se sinceran. Ella entiende el comportamiento de Josh y
lo lleva a casa. Josh le pide que regrese con él, que pida el deseo también,
pero ella le dice que no, que ya vivió una vez lo que él vivirá. (Me dicen que
existe un final alternativo donde ella sí pidió el deseo, pero dado que no lo
encontré me inclino a pensar que es un mito urbano). Y, después de un beso en
la frente, se despiden. Josh regresa a su edad, y entra a su casa donde su
madre, histérica y contenta, grita su nombre. La película termina con Josh y
Billy caminando.
Ahora, ¿podría funcionar Big en esta época? Eso me pregunté ayer
y mi respuesta es que no. El Josh Baskin del siglo XXI tal vez trabajaría para
una juguetería, pero sería una de videojuegos. Estaría jugando con consolas,
encerrado, sin contacto con el mundo, como muchos adultos que se niegan a
crecer. Oscar, el héroe de Grass, se negaba a crecer porque el mundo adulto le parecía
falso, artificial. Los niños adictos a los juegos o las drogas, o a adjudicar
su irresponsabilidad a un problema neurológico, se niegan a crecer porque no se
atreven a hacerlo por miedo, porque el mundo es hostil. Crecer significa quemar
etapas, madurar significa aceptar que una posición mantenida por mucho tiempo
puede estar equivocada y tener el valor para revisarla, cambiarla incluso.
Joshua Baskin post 2000 estaría en el Facebook, compartiendo estados de
Instagram, quizá solo enseñando un ojo, como para que sepan que es él. Creo que
la película no es solo sobre un niño que crece, sino uno que lo hace en una
época en la que los juegos involucraban a más personas, que la palabra juego
tenía un significado comunal, participativo. Y a veces desearía que esa máquina
de Zoltar fuera real, solo para pedir un poco de eso de vuelta, pues estoy algo
aburrido de ver gente que conversa sin mirarse, los ojos perdidos en una
pantalla.
Comentarios
Publicar un comentario