"Kynodontas" o la inocencia en la ignorancia
Kynodontas (2009), dirigida por Yorgos Lanthimos y escrita por este y
Efthymis Filippou es una película cruda y sorprendente en su aparente
simplicidad. En una época en la que pareciera que todos los recursos
cinematográficos deben ir de la mano con presupuestos millonarios y choques de
autos a toda velocidad, la historia transcurre básicamente en una casa, pero
será el secreto dentro de la misma la que nos llevará a quedarnos pegados a la
pantalla por un poco más de hora y media.
Recuerdo que mi
experiencia en el cine griego comenzó a partir de Miss Violence, de Alexandros
Avranas – que en otro momento espero tocar en este blog. La película me pareció
crudísima y muy bien hecha y recuerdo que lo que más me sorprendió fue el
manejo del suspenso: durante la primera mitad de la película no sabes qué está
sucediendo, pero sí que algo perverso flota en el aire. Cuando quise saber más
sobre esta película me encontré con que muy pocos foros hablaban sobre ella,
incluso creo recordar que en la época en la que la vi, ni siquiera tenía su
página en Wikipedia. El caso es que entre las búsquedas me encontré con que
aludían a Kynodontas (Canino, en español) y me entró curiosidad. Lo malo, como
me sucede muchas veces, es que aplacé el momento en el que me encontraría con
esta película, dándole preferencia a otras cintas en el proceso. Creo que
también lo hice por otra razón: quería darle un poco más de tiempo a mi mente,
fortalecerla un poco más ante una película comentada como “fuerte” por muchas
páginas de Internet.
Pero llegó el día: estaba
aburrido en casa y no sabía qué ver. Mi cerebro, calmado, me exigía cierta
dosis de dolor, quizá por una tendencia masoquista difícil de explicar – casi
no tengo pesadillas y eso a veces me molesta un poco, aunque las que he tenido
valen la pena –, así que entre el rango de pelas a escoger tenía que ir una con
la etiqueta de terrible. Como creo haber explicado en uno de mis post
anteriores, muchas veces no leo más que la descripción más general de la
película a ver, por lo que no tenía idea de lo que trataría Kynodontas. La puse en la computadora,
me encontré con cuánto duraría y quise saber qué tal me llevaría con los
primeros diez minutos, tiempo que muchas veces me dice si disfrutaré el resto o
no – claro, no es un método perfecto. Fui, sin embargo, atrapado.
La película comienza con
los tres miembros más jóvenes de la familia, la hija mayor, la hija menor y el
hijo – ninguno de los personajes de la familia parece tener nombre – que están
escuchando una grabación. En esta, tres palabras son pronunciadas para mejorar
el vocabulario de los muchachos: mar, autopista, viaje y carabina. El
significado, sin embargo, se parece menos a lo que encontraríamos en el
diccionario de la RAE y más a los sueños proféticos de Orwell. Esta escena es
la que abre la dinámica familiar: los tres hijos han vivido siempre en la misma
casa – una casa enorme con piscina, jardín enorme que se asemeja más a un
bosque – y no conocen el mundo exterior. De hecho, han sido advertidos todo el
tiempo contra el mismo. El mundo es un lugar hostil, peligroso, y no se puede
salir excepto en auto, pues necesitan esa protección. Además, los muchachos
creen tener un hermano al otro lado de la cerca que los separa del mundo, y de
vez en cuando le echan alimentos por allá. Los padres, una pareja tal vez en
sus cincuenta, se encargan de mantener esta ilusión todo el tiempo: los aviones
que pasan por el cielo no son reales, su tamaño es una ilusión, y también
sirven para que los muchachos se entretengan; cada cierto tiempo el padre
arroja un avión de juguete al jardín, sin que sus hijos se den cuenta, para que
ellos lo persigan. El primero que lo atrapa gana. La vida en la casa está
cuidadosamente parametrada: se les enseña a los hijos primeros auxilios, se les
entretiene con cintas viejas de video en las que la familia aparece y los hijos
suman puntos por buen comportamiento, mientras mayor puntaje más actividades
lúdicas puedes decidir; si se comportan mal son castigados violentamente. Por
último, los padres sostienen que su primera salida al mundo está ligada a la
pérdida de un diente canino – o colmillo –. Es irónico, pues los hijos ya están
terminando la adolescencia: sus caninos ya no se irán, al menos hasta la vejez.
Los padres decidieron mantener a sus hijos alejados del mundo y de sus
influencias y han trabajado duro para conseguirlo.
Escenas de la película, entre ellas la alusión al gato
¿Parece imposible? Sí,
concuerdo en que el plan suena a locura, pero los padres están dispuestos a
mucho para llevarlo a cabo. Para lidiar con las urgencias sexuales del hijo, el
padre le lleva cada cierto tiempo a Christina, una empleada de seguridad del
lugar donde trabaja. Ella cumple con su labor de apaciguar las necesidades
masculinas por dinero, no por gusto, y se aburre un poco ante la poca
iniciativa del muchacho para complacerla. Después de todo, el hijo solo ve a
Christina como alguien gracias a quien puede sentirse mejor y no ha
interiorizado los patrones de conducta sexual comunes en nuestra sociedad, en
la que la penetración no lo es todo. Y he aquí que – siguiendo una
interpretación mía, claro – el sexo, una vez más, irrumpe para desestabilizar
el orden imperante. Christina – el único personaje que tiene nombre, quizá por
pertenecer al mundo real -, será
quien, como Prometeo, lleve la luz a la familia, pero no por amor a la
humanidad, ni siquiera por compasión ante el encierro de aquellos muchachos:
insatisfecha con la dinámica sexual que debe seguir con el hijo, que se niega a
hacerle sexo oral, intercambia su vincha con la hija mayor por lo que el hijo
se negó a darle, placer. Es incluso tierno ver como la hija, totalmente
desinformada, intenta intercambiar un borrador y una cinta métrica por la
vincha, mientras Christina la observa de manera sugerente. Erotismo de un solo
lado, pero así comenzará la inquietud.
Otras variantes se
presentan en la película: la madre habla
sola cuando está al teléfono, y el padre se encargará de hacerlos temer más
al mundo exterior cuando los hijos maten, aterrados, a un gato que se apareció
en el jardín. Los padres, además, han condicionado a los hijos con el hecho de
que la madre puede dar a la luz cada cierto tiempo, a pesar de su edad, no solo
niños – con quienes se verían obligados a compartir sus habitaciones –, además
perros: el padre espera el final del entrenamiento de su futuro perro, pero
debe tener una buena explicación para aparecerse con el animal. Nunca sabemos
la versión completa contada a los hijos, fuera de que un gato puede ser un
animal mortífero – de hecho el padre culpó al gato invasor de la muerte del
hermano a quienes los hijos no conocieron – y que está prohibido salir al
mundo. Estos detalles se enlazan con otros comportamientos de los hijos: la
hija mayor, por alguna razón, es la más agresiva de los tres, quien llega
incluso a cortarle el brazo a su hermano con un cuchillo; la hija menor es
guiada por su hermana para repetir el ejercicio oral que Christina le enseñó;
el hijo duerme, como un niño, con sus padres una noche que parece asustado.
Estas secuencias son claras: la madurez emocional no llega sola, sin los
estímulos necesarios; en muchos casos, estos personajes son como niños pequeños
con curiosidad sobre su cuerpo, rabietas que son más fuertes porque ellos son
más fuertes y que, para satisfacción de sus padres, parecen necesitarlos para
vivir.
Christina vuelve a hacer
su aparición y de nuevo intenta regatear con la hija mayor, pero esta, por
alguna razón más achispada, la chantajea: o le da las cintas de video que lleva
en su bolso o ella le dirá a sus padres que tuvo que lamerle su “teclado”.
Christina acepta, pero con la condición de que debe devolver las cintas pronto.
El intercambio se repite, pero serán las cintas las que despierten la
curiosidad de la hija mayor. Escenas en las que parece querer imitar a Rocky
Balboa y termina en la piscina diciendo “Antropofagos” en una secuencia de
imitación de Tiburón, nos llevan a
presenciar la influencia del cine en la hija mayor. Ahora ella sabe más del
mundo, para su desgracia, pues este saber la lleva a ser castigada por el
padre, que también se venga de Christina, a quien le echa la culpa de todo. Lo
aprendido, como se sabe, no puede desaprenderse: la hija mayor hará lo que
pueda para escapar de un mundo que intuye artificial y, con decisión, terminará
arrancándose el canino dental y escondiéndose en la cajuela del auto paterno,
desde la que aguardará su libertad.
Kynodontas puede ser interpretada de muchas maneras: desde el férreo y
obsesivo cuidado paterno, hasta la fobia que se tiene a los extranjeros, que
con sus costumbres amenazan una presunta “inocencia” natural de los habitantes
de un territorio. Pero, como se narró alguna vez en El señor de las moscas, no existe el buen salvaje: este es un mito
para hacernos creer en la presunta inocencia del conquistado frente a la
barbarie del conquistador, lo que solo indica la arrogancia escondida en la
culpa de aquel que se impone por la fuerza. Al final de la película no solo la
hija mayor escapa, también nos percatamos que la hija menor comenzará a
experimentar el sexo con su hermano. Así, la inocencia que los padres quieren
imponer es, básicamente, solo una máscara para controlarlos y moldearlos a su
antojo, sobre todo lo primero, gracias a sus estrategias para mantenerlos
ignorantes de un mundo cruel y azaroso tal vez, pero también con ansias de
libertad.
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