“El beso de la mujer araña” y la influencia recíproca
Hace
tres años, si mal no recuerdo en el curso “Literatura Latinoamericana IV”, nos
hicieron leer “El beso de la mujer araña”. Miento, en realidad me tocó a mí
leer y exponer esta obra ante mis compañeros y un profesor más que exigente.
¿Por qué mencionarlo? Bueno, esta semana tenía en mente tópicos diferentes, de
hecho quería escribir sobre un par de películas, pero el desgaste emocional
ante la derrota que sufrió Perú y la borrachera que siguió – con vino, nada
menos – me han dejado tan hecho polvo que decidí revisar entre antiguos
escritos a ver si podía inspirarme un poco: me siento incapaz de escribir desde
cero hoy. Entonces puedo retomar la primera oración de este texto y unirla con
esto: el descubrimiento de antiguas carpetas universitarias, perdidas en mis
archivos. Leyendo entre contenido de mis años universitarios me encontré con la
nota que escribí sobre la novela de Puig. Me pareció interesante, aunque suene
mal que yo lo diga, y me dije ¿por qué no?
Para
empezar, creo que podemos observar en la novela dos tramas que parecen
superponerse: en la primera, Molina, el preso homosexual acusado de corrupción
de menores, se enamora de Valentín, el preso político. Con todo lo que está
pasando últimamente, la novela cae bajo la etiqueta de lo homoerótico para
muchas personas. Es cierto, existe un componente homosexual que no pretendo
negar, pero no voy a enfatizarlo aquí. Me agrada mucho más la idea de hablar un
poco sobre cómo la convivencia en la cárcel logra, paulatinamente, que se presente
una influencia recíproca. Esta no será consciente, transformadora: los actos
parecerán corresponder a motivaciones ausentes. Molina se convierte en el
sujeto político – ya que transmitirá el mensaje a los camaradas de Valentín – por
amor, siendo asesinado por ello: se convertirá en la heroína de su propia
historia. A su vez, el destino de Valentín se ve nublado en la cárcel, pero no
muere como el revolucionario seguro de sí mismo, sino recordando el amor. Ambos
personajes irán cambiando y solo lo sabremos por sus diálogos pues el narrador –
quizá para hacer trabajar más al lector, volverlo cómplice cuando llena los
espacios en blanco – ha omitido todo monólogo interior: lo que tenemos es
diálogo y puntos suspensivos que marcan de forma elocuente pausas dramáticas.
Es
importante recordar que Molina es un cinéfilo amante de las películas
románticas; aunque algunas tienen un trasfondo político que no ve, Molina no se
preocupa por estos aspectos. Aquí voy a ponerme un poco pesado con un ejemplo
de esta particular limitación puede observarse en el diálogo entre ellos a
propósito de la película nazi (la primera vez que voy a citar en este blog):
-
(…) ¿Te gusta la película?
-
No sé todavía. ¿A vos por qué te gusta tanto?
Estás transportado.
-
Si me dieran a elegir una película que
pudiera ver de nuevo, elegiría esta.
-
¿Y por qué? Es una inmundicia nazi, ¿o no te
das cuenta?
-
Mirá…mejor me callo.
-
No te calles. Decí lo que ibas a decir,
Molina.
-
Basta, me voy a dormir.
-
¿Qué te pasa?
-
Por suerte no hay luz y no te tengo que ver
la cara.
-
¿Eso era lo que me tenías que decir?
-
No, que la inmundicia serás vos y no la
película. Y no me hables más.
-
Disculpame.
-
…
-
De veras, disculpame. No creí que te iba a
ofender tanto.
-
No ofendés porque te…te creés que no…no me
doy cuenta que es de propaganda na…nazi, pero si a mí me gusta es porque está
bien hecha, aparte de eso es una obra de arte, vos no sabés po…porque no la
viste.
-
¿Pero estás loco, llorar por eso? (Puig,
2004: 51)
Esta
cita es uno de los tantos ejemplos de las diferencias entre los dos: mientras
Valentín se da cuenta – al estar instruido, al tener una ideología clara –de lo
que se muestra en la película nazi – la propaganda, los escenarios, la
importancia del nacionalsocialismo, el destino
de Europa –, Molina es cautivado por el amor; es impresionable y solo
repara en las escenas románticas. Además, cree con pasión en el papel de la
mujer salvadora en todas ellas: desde “The cat people (1940) – aunque en este
caso es más la pasión animal y los celos –, hasta la película en la que la
amante de un mafioso, por amor a otro hombre se prostituye por él y para
mantenerlo, son las mujeres las heroínas que salvan a sus amantes de las
circunstancias, los peligros y de sí mismos. Para Molina esto no solo es
justificable, también es un acto sublime que toda heroína debe realizar: el
sacrificio es el acto que corona el verdadero amor, pero el verdadero amor femenino. Es importante recordar que él
no se ve a sí mismo como un hombre, sino como una mujer.
-
¿Y todos los homosexuales son así?
-
No, hay otros que se enamoran entre ellos. Yo
y mis amigas somos mu-jer. Esos jueguitos no nos gustan, esas son cosas de homosexuales.
Nosotras somos mujeres normales que nos acostamos con hombres. (ob.cit: 164).
¿Y
qué piensa el revolucionario Valentín? Demás está decir que la conducta de
Molina y su visión del mundo son criticadas constantemente por Valentín, que
las considera como imitación de un comportamiento femenino típicamente
conservador. Valentín quiere asegurarle a Molina que él es libre, que no tiene
por qué sentirse avergonzado de ser homosexual, pero también, como todo
revolucionario, desea liberarlo del
conservadurismo que lo lleva a someterse. Y es en este punto más que en
cualquier otro en el que no pueden ponerse de acuerdo: Molina no solo se
considera una mujer, también anhela ser una mujer conservadora, temerosa del
hombre.
-
Quiero decir que si te gusta ser mujer…no te
sientas que por eso sos menos.
-
…
-
No sé si me entendés, ¿qué te parece a vos?
-
…
-
Quiero decir que no tenés que pagar con algo,
con favores, pedir perdón, porque te guste eso. No te tenés que…someter.
-
Pero si un hombre…es mi marido, él tiene que
mandar, para que se sienta bien. Eso es lo natural, porque él entonces…es el
hombre de la casa.
-
No, el hombre de la casa y la mujer de la casa
tienen que estar a la par. Si no, eso es una explotación.
-
Entonces no tiene gracia.
-
¿Qué?
-
Bueno, esto es muy íntimo, pero ya que querés
saber…La gracia está en que cuando un hombre te abraza…le tengas un poco de
miedo. (ob.cit: 193).
Molina
no es solo homosexual, también es conservador, lo que parece dejar perplejo a
Valentín. Para Molina, el hombre debe ser temido, autoritario: su fuerza es
necesaria para ser amado por la mujer. El desencuentro entre ambas maneras de
ver la vida se hace evidente en este aspecto: para Valentín un héroe es aquel
que se vale de su fuerza e intrepidez para lograr algo extraordinario; Molina saca
su fuerza de su debilidad. Más adelante, esta especie de oxímoron se hará
patente cuando Molina, con el mayor de los temores, se haga cargo del recado
político de Valentín, sabiendo que no es un héroe, que podría olvidar el asunto
ya en libertad. Siente miedo, sabe lo que se juega al transmitir el mensaje político,
pero lo hace por amor. Será del amor y de su debilidad de donde sacará su
fuerza.
En
mi opinión, la segunda trama de la novela está más relacionada con la
interpretación de ambos personajes en un sentido macro: ambos representan la
evolución de los seres humanos, y es la influencia recíproca, la cárcel y la
convivencia la que marca esta evolución. Si partimos desde la comparación que
se hizo anteriormente, de las interpretaciones distintas de la película nazi,
podemos observar que Molina representa el acercamiento desinformado a la
cultura, sin un gran bagaje cultural: es incapaz de analizar el trasfondo nazi
porque sencillamente no tiene las herramientas para ver más allá de la historia
emergente, el romance; no puede interpretar más allá porque para él no existe “más
allá”. Valentín repara en el trasfondo manipulador de la historia por su
cultura y por su identidad política comprometida. Será este choque de visiones
el que los lleva a discutir y, más adelante, ratificará la decisión de Molina
de traicionar a Valentín. Sin embargo, la convivencia los llevará a conocerse y
logrará que Molina, el preso menos culto de los dos, comience a evolucionar, a
cambiar como individuo y, sin creer en el discurso político de Valentín, al
menos de manera consciente, vaya aceptando que los maltratos y la traición no
son válidos: en la convivencia, Molina encuentra algo más que el amor hacia
Valentín: conoce la solidaridad.
Sin
apartarnos de este punto, las notas a pie de página son muy importantes, porque
nos conducen, paso a paso, a observar esta evolución: desde Freud hasta Marcuse,
parecen contarnos la historia de la sexualidad, cómo esta está guiada por la
visión burguesa conservadora y dominante: la conducta del hombre está mediada
por la dominación y la explotación; la de la mujer, por la sumisión y la
búsqueda de paz. Paradójicamente, cuando Molina se señala como mujer, reproduce
los modelos femeninos burgueses, es decir, la sumisión. También se nos muestra –
esto puede o no ser debatible – cómo el ser humano tiene, latente, una pulsión
bisexual, y esta puede presentarse en cualquier momento: en este caso concreto,
en la cárcel y a raíz de la convivencia. Los cambios más profundos, sin
embargo, no son sexuales: Valentín y Molina tienen sexo, pero la conducta del
primero no cambia, fuera de sentirse más relajado y Molina comienza a sentirse
más cerca de Valentín. ¿Entonces cuáles son estos cambios? La metamorfosis,
evolución o como quiera llamarse, consiste en un cambio a nivel ético: al
principio de la novela Molina estaba dispuesto a traicionar a Valentín para
salir de la cárcel; después, en la convivencia, cuida de él e incluso lo
alimenta, sin dejar que toque la comida hecha para “ablandarlo”. Es irónico que
sean estos valores burgueses femeninos
los que lleven a Molina a aceptar, poco a poco, todo lo que representa
Valentín, pues al cuidarlo comienza a quererlo, y al quererlo empezará, poco a
poco, a comprenderlo, aunque sea de forma superficial. Al final hará lo que
Valentín le pide. Por amor, sí, pero también porque ha despertado en él la
solidaridad, aun cuando sea solo con una persona. Y la solidaridad con uno solo
puede ser el comienzo de algo más.
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